Alejandro Klappenbach - Especial para LG Deportiva
Desde hace años, el primer saldo importante de cualquier temporada tenística se obtiene a fin de marzo o principios de abril, al contemplar los resultados del Abierto de Australia, Indian Wells y este torneo de Miami, que ayer terminó. De más está decir quien sobresale en el recuento 2017. Una vez más Roger Federer impone condiciones. Lo hizo en la cancha y lo hace afuera. La atmósfera del tenis está inundada por la añeja sensación de que Roger todo lo puede.
Puede con los años, sus inoxidables 35, a partir de una genética inusual y una sabiduría inigualable para administrar energías, por un lado cuando juega y por otro para diseñar su calendario. Roger también puede con la velocidad, desparpajo y fortaleza de la generación que llega. La adaptación conceptual para plantear sus estrategias, que comenzó cuando trabajó con Stefan Edberg, es hoy la base fundamental de su dominio, ya que lleva el desarrollo de la mayoría de los puntos a un terreno de resolución intuitiva en el que nadie en la historia se ha movido tan bien como él.
Y por último, Roger también puede con la paternidad intimidante que Nadal, su rival de siempre, tiene para enrostrarle. Federer, y el mundo del tenis, ya no piensan en un historial que está 23 a 14 en favor del español. A la hora de entrar a la cancha ambas mentes tienen muy claro los últimos 4 enfrentamientos, 3 de ellos apilados y frescos en este trimestre, ganados por el suizo.
La soltura física y mental con que Federer anduvo los momentos de estrés del partido explican el claro 6-3 y 6-4 a su favor en la final de Miami y refrendan el último concepto.
El tenis mundial exhibe un nuevo escenario. En él, todos persiguen a un señor que ha ganado 3 de 4 torneos en el año; que jugó y ganó sus 7 duelos contra jugadores top10; que luce la corona del rey, y que se llama Roger Federer.